Terra de Remences

5238ee42-600d-4c06-98a0-e95fe6dfddebTodavía es de noche, muy de noche, y el plátano ya espera en la cocina, con las tostadas y el yogur. Difícil tragar los primeros mordiscos, pero hay que hacerlo. No es día para ahorrar nada que aporte fuerzas. Último viaje hacia la habitación a echar un vistazo a la bolsa. Sí, no falta nada. El trayecto hacia el aparcamiento se hace en el mayor silencio posible. En casa el resto de la gente aún duerme. En el coche ya me espera mi compañera de aventura. Ha madrugado más que yo y ya está a punto para el viaje. Como de costumbre, el plano del señor google marca el camino a seguir y, por suerte, cuando aumenta la dificultad para escoger desvíos, sólo hay que seguir otros vehículos que delatan su destino con el porta-bicicletas en la parte trasera.
Al llegar a Sant Esteve d’en Bas me dirijo hacia el polideportivo a recoger el dorsal y los regalos varios que ofrecen los patrocinadores. Como aún es temprano, lo mejor es ir a hacer compañía a quien me guiará durante toda la jornada, así que me vuelvo al coche para terminar de comer algo y empezar con los preparativos finales: enganchar con imperdibles el dorsal en el maillot, escoger la ropa definitiva que vestiré según la temperatura y comprobar que el ciclocomputador no dé ninguna sorpresa.

Hacia las ocho menos cuarto ya está todo listo y es el momento de ir hacia la salida donde se reúnen miles de apasionados de la bicicleta. Los nervios no escapan de la cara de nadie e incluso hay un cierto alivio cuando el sonoro petardo da inicio a la prueba. Numerosos clack-clack resuenan al ajustar las zapatillas en los pedales automáticos justo antes de iniciarse la monótona música del «piiiiiiii» emitida por el chip de control de tiempo al pasar por encima de la alfombra de salida.

Los primeros kilómetros en llano hacen que muchos tomen velocidades de vértigo y que la solución sea ir muy atento y buscar una buena rueda que ahorre energías antes de llegar al primer puerto de la jornada. Ya en este, ritmo vivo pero reservando energías, del mismo modo que se afrontará la consecuente bajada y la segunda zona de montaña. Queda demasiada prueba para hipotecarlo todo.

Al llegar al kilómetro 90 está el desvío hacia la meta para aquellos que han elegido la ruta corta. Como, de momento, aún quedan energías inicio el reto de la prueba larga. Poco después de la elección se inicia el coloso de la jornada, el puerto de Bracons, no muy largo pero con unos porcentajes que dan miedo. Se trata de coger el ritmo que asegure llegar arriba sin complicaciones e ir tirando. La táctica funciona. Subo superando cicloturistas que están pagando esfuerzos anteriores o los que se les ha indigestado la dureza de las rampas. Al coronar, segunda parada en el avituallamiento donde se llenan los bidones de bebida isotónica y me como un par de trozos de plátano. En la primera parada ya había disfrutado del pan con tomate con jamón y tampoco se trata de pasarse.

Para evitar el frío me pongo el chubasquero y hacia abajo. Ya llevo 100 kilómetros, cinco más de los que nunca había hecho, y aún quedan 75 por delante. Así que hay que seguir reservando y olvidando algunas molestias que comienzan a aparecer, aunque menos de las previstas.

Los siguientes dos puertos son menos agresivos pero más largos. Además, antes de comenzar el primero de ellos comienza a llover. Ahora la aventura ya es completa. Afortunadamente las subidas se hacen bien y las bajadas no son peligrosas. La lluvia es cada vez más intensa, pero le da un punto de heroicismo a la experiencia, rodeado además de un paisaje precioso.

Ya sólo quedan 5 kilómetros. Hace un buen rato que me es imposible mover el cuello de agarrotado como voy tras casi 7 horas sobre la bicicleta. Las zapatillas, empapadas, no me molestan mucho y el culo ha aguantado esa mesa de planchar sobre las que nos sentamos los locos-sufridores de la bicicleta. El público y los voluntarios, inmensos, no dejan de aplaudir los que seguimos entrando en la llegada bastante rato después de que los primeros lo hayan hecho. Sí, ya está. La sensación es de orgullo personal, de reto superado. El ganador del Tour no se debe sentir mucho mejor.

Como epílogo, una buena ducha, un masaje de recuperación y una comida fría. Y dentro de mí el resultado de una experiencia que pienso que repetiré, quizá otra vez en esta Terra de Remences, tal vez en la Quebrantahuesos o donde sea necesario …