Salimos de Terrassa hacia las 10 de la mañana rumbo hacia el objetivo de la temporada, los míticos Alpes franceses, esas montañas que tantas veces hemos visto subir a los profesionales del pedal. Entre el equipaje destaca un cargamento de plátanos que bien podría satisfacer a toda una comuna de chimpancés, además de 16 litros de agua y, como no, las bicicletas.
El viaje se hace bajo un sol de justicia, nada parecido a lo que dicen las previsiones que nos encontraremos cuando lleguemos a nuestro destino. Éste lo alcanzamos tras siete horas de viaje donde no se han dejado de suceder las bromas, batallitas y muestras de respeto que se tienen hacia los colosos a los que habrá que enfrentarse. Hemos llegado a Le Bourg d’Oisans, a pie de Alpe d’Huez, el mito de los Alpes, una de esas muescas que todo globero enfermo de ciclismo quiere tener en su revólver.
La ascensión en coche a la estación de esquí, que es donde tenemos el hotel, ya nos da la primera idea de lo que encontraremos al día siguiente. Esas 21 curvas numeradas y con los nombres de los vencedores empiezan a meterte un no sé qué en el cuerpo, entre ganas de empezar a devorar kilómetros y la duda de si se está lo suficientemente preparado para ello.
Alpe d’Huez, la estación, es un parque temático dedicado al mundo de la bicicleta. Especialmente cuando no hay nieve que esquiar, claro. Debe ser uno de los lugares con más tiendas dedicadas al ciclismo por metro cuadrado, con maillots que por poco menos de 100 euros te recordarán toda la vida que tú subiste aquel coloso, o no.
Aparte de esos comercios, el lugar está semi-desierto. La mayoría de hoteles y restaurantes están cerrados. Las pocas personas que merodean por el lugar tienen pinta de llevar la bicicleta atada en el coche. Aún así encontramos un lugar correcto para cenar antes de intentar descansar el máximo de horas posibles antes de la jornada del día siguiente.
El dia D se despierta con el tiempo cogido con pinzas. Sin lluvia, sin grandes nubes, pero con la certeza de que a los casi 2000 metros que estamos el cambio puede suceder en pocos minutos. Pese a todo, lo que más preocupa de las previsiones no es el agua, sino el frío que podamos encontrarnos en lo alto del Galibier, a más de 2.500 metros, que en combinación con el agua nos puede suponer algún que otro quebradero de cabeza.
Éste es el principal tema de conversación durante el desayuno y en el taxi que nos lleva hacia Saint Jean de Maurienne. Anteriormente ya hemos estado haciendo cábalas sobre la ropa que hay que llevar, que no puede ser toda, pero que tampoco puede ser poca. El viaje hacia la salida de esta etapa nos lleva a ascender el Glandon-Croix de Fer por un valle precioso. Una vez en lo alto, el descenso de 30 kilómetros nos parece tan adecuado que finalmente decidimos cambiar el recorrido previsto. Desharemos en bicicleta lo que hemos hecho en taxi, o sea, subiremos la Croix de Fer desde Saint Jean de Maurienne, descenderemos hasta Allemont y de allí hacia Le Bourg d’Oisans, donde nos esperará el Alpe d’Huez.
Los puertos en los Alpes son duros, sí, pero además son largos. Tan largos como de 30 kilómetros. O sea, que piden paciencia y contención de fuerzas. Y con esas premisas empezamos la ascensión. El tiempo, que hasta el momento respetaba, decide sacar la manguera para rociarnos con una fina agua que hace que tengamos que echar mano de la ropa de más que transportábamos.
La subida nos la tomamos con mucha filosofía, ayudados además por un par de zonas de descanso que hacen que los kilómetros pasen deprisa. Pese a todo, el arreón final del puerto es serio. Una dureza que se combina con la majestuosidad de las montañas que nos contemplan, un espectáculo difícil de explicar. Enteros, más quizá de lo que podríamos pensar al inicio, coronamos la Croix de Fer en el mismo momento en qué la lluvia sube de intensidad. No nos queda más remedio que entrar en el único bar que hay en la cumbre a tomar un merecido café caliente y reordenar las imágenes que nuestra mente todavía está asimilando.
Un poco rehechos del primer esfuerzo es momento de coronar el Glandon. Suena épico, pero no lo es. De hecho no hay más de 2 kilómetros entre una cima y la otra. Pero queda bien sumarlo a la lista de puertos conseguidos. Allí, foto de rigor y hacia abajo. Desde Allemont hasta Le Bourg d’Oisans hacemos toda una demostración de como se pasa a relevos… o quizá no, pero lo importante es que llegamos al pie del gran objetivo de la jornada bastante enteros, o sea, para disfrutarlo y sufrirlo a partes iguales.
Y es que Alpe d’Huez es diferente. Habitualmente en una subida se descuentan los kilómetros, pero en esta lo que se descuentan son las curvas que quedan, que además están numeradas en orden inverso. Esto tiene su gracia y su trampa, pues si bien hay curvas que estan separadas por unos pocos cientos de metros, también las hay que tiene entre ellas un par de kilómetros.
El calor del inicio del puerto se va tornando en un aire más frío que se combina con una fina lluvia que acompaña durante toda la ascensión. Por delante, por detrás, ciclistas como nosotros, de uno en uno, van cumpliendo sueños, derrotando a la bestia o simplemente compartiendo con ella un buen rato de esos que proporcionan aquello conocido como la felicidad. En lo más alto, la recompensa de la satisfacción, del objetivo cumplido, del saber que espera una ducha caliente y una cena que compensará todas esas horas a base de barritas y geles energéticos y, como no, de plátanos.
Y llega el domingo. No somos profesionales, ni semi-profesionales. De hecho, a veces tenemos dudas sobre si llamarnos ciclistas. Es por ello que hacer ruta dos días consecutivos nos da un poco de respeto. Las piernas aún están cansadas por el esfuerzo del día anterior y pese a que las previsiones dicen que allá donde tenemos marcada la X del próximo objetivo va a hacer sol, las excusas se suceden para ahorrarnos el trago.
Pero como somos inquebrantables y el que conduce el coche está convencido de que hay que ir, pues se va. Así que tras cerca de tres horas aparcamos en Bedoin, un pueblo precioso conocido por ser la salida de la ascensión más popular de la Provenza: el Montventoux, que traducido vendría a ser “el Monte Ventoso”.
Mientras preparamos las bicicletas llega un ciclista que ya ha hecho la subida y nos indica que “on the top, the wind is very dangerous”. Como si una ráfaga de viento nos fuera a amilanar a nosotros, que somos leones…
Así que empezamos a subir, bajo una temperatura perfecta, el sol que va apretando, algo de aire… y cruzándonos con multitud de ciclistas que han llegado hasta ese punto sólo para subir la misma montaña, pues en los alrededores no hay nada parecido. El paisaje está inicialmente salpicado con viñedos y cerezos, para pasar en pocos kilómetros a un tupido bosque que pese a todo no logra detener algunas rachas de aire que pregonan lo que nos encontraremos algo más arriba. La ascensión total son unos 23 kilómetros, todos de porcentaje considerable, pero la precaución con la que los afrontamos hacen que se vayan superando poco a poco. Así, de esta manera, incluso quienes no daban mucho por sus fuerzas y habían llegado a insinuar una posible retirada, coronarán al Gigante de la Provenza.
Para hacerlo tendrán previamente que enfrentarse a unos últimos 7 kilómetros infernales. El bosque se ha volatilizado de pronto y enfrente sólo hay piedra blanca, paisaje lunar, vistas impresionantes, una torre de comunicaciones que marca el final de la ascensión y, ahora sí, un viento “very dangerous”. Finalmente, pese a todo, se alcanza la cima. Pero lo peor está por llegar. El descenso con el viento da mucho miedo. Un pie fuera del pedal, llevando la bicicleta casi parada… los temblores no se sabe si son de frío o de pánico… pero con paciencia se alcanza la zona boscosa y de allí hasta el coche todo es más llevadero.
Una vez motorizados nuevamente sólo nos queda un hándicap por superar: encontrar un lugar para comer en Francia a las 4 de la tarde. Por suerte la globalización ha puesto un McDonald’s en Orange que hace que podamos realizar las casi 5 horas que nos quedan hasta casa con el estómago lleno. Unas horas en las que se confunden batallas vividas las últimas horas con sueños que quedan por cumplir y qué, quien sabe, quizá se vuelvan pronto realidad.