Todo empezó contigo…

IMG_20170621_075947Era a principios del 2013. Fue como un flechazo. Tú, en aquella estantería de la vieja librería de al lado del trabajo. Yo, deambulando por allí mientras esperaba para ir a recoger a mi hijo de alguna actividad. Nos miramos… bueno, te miré. Lo que explicabas en tus páginas me sonaba todo a ciencia ficción, a sueños irrealizables, a objetivos que jamás me había planteado.

Pero, aunque sólo fuera por curiosidad, por leer qué siente un cicloturista normal y corriente ascendiendo esos puertos que se ven en el Tour de Francia, te sujeté y hasta hoy. Nombres que no me sonaban de nada, como Pierre de Sant Martin, Llauset, Cap de Long… otros que tenía cerca de casa pero a los que nunca se me había subir en bicicleta como Rassos de Peguera, Vallter 2000, Arcalís… y los míticos. Aquellos que había oído nombrar desde que tenía uso de razón en las retransmisiones televisivas con las que mi padre ponía música a las tardes veraniegas: Tourmalet, Pailheres, Plateau de Beille…

Poco a poco, leyéndote y entrenando, comprobé que todo es posible. Que la vida es una y los momentos que pasamos cumpliendo sueños son la mejor inversión que se puede hacer para tener esa pizca más de felicidad que todos merecemos. Así, he ido buscando esos paisajes en la vida real, tachando algunas de esas famosas cumbres en mi listado de tareas particular y sumando otras que no estaban pero que lo merecerían de igual manera.

Y, cada cierto tiempo, me apetece retomar la lectura y disfrutar con las fotografías e historias de aquella que fue la revista que probablemente cambió mi manera de imaginar lo que era ir encima de una bicicleta. Cambiar el ir más lejos y más rápido, por el ir a lugares más míticos y mágicos. En los cuales, si te atreves, también puedes intentar ir rápido, sintiendo ese sufrimiento de los ciclistas de verdad cuando ascienden por sus rampas. Sí, con ella empezó todo…

 

El Tour de l’Ariège

El tercer fin de semana de junio se realizó en tierras francesas la primera edición del Tour de l’Ariège, una vuelta de tres etapas que debía llevar a los participantes a subir puertos tan míticos y exigentes como el Plateau de Beille o el Pailheres.

Cuatro fueron los ciclistas que se embarcaron en esta iniciativa, con máquinas de carbono o aluminio, agua o bebida isotónica y plátanos como principal sustento para combatir las duras rampas a las que se iban a tener que enfrentar.

IMG-20170616-WA0014La primera jornada partió del pueblo de Bestiac, en plena Route des Corniches, rodando por una carretera desierta y paisagísticamente preciosa, que llevó a nuestros valientes hasta un descenso que desembocaba en Les Cabanes, punto de inicio del «coco» del día, el Plateau de Beille.

 

20090410-003-Plateau-de-Beille-Ariege-Pyrenees-Este coloso tiene como principal característica una dureza que se mantiene inalterable para bien y para mal. No hay porcentajes imposibles pero tampoco descansos. Pese a todo, con constancia y bastante calor, los corredores fueron alcanzando la cima, que se caracteriza por ser un aparcamiento gigante de una estación de esquí sin demasiada gracia.

IMG_20170616_155856Pese a que parecía que lo peor ya había pasado, el libro de ruta guardaba una nueva emboscada a la grupeta. Se trataba de ascender nuevamente a la Route des Corniches por la sinuosa carretera que anteriormente se había bajado. Algo más de cuatro kilómetros que se hicieron eternos y que, teniendo en cuenta los horarios de restauración franceses, provocaron que los ciclistas se presentaran en culotte al restaurante donde debían reponer fuerzas.

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La segunda jornada era la etapa reina de esta edición. Dos puertos de entidad, kilometraje extenso, más calor… Todo ello obligaba a acumular energías en el desayuno antes de iniciar la marcha.

IMG-20170617-WA0013Ax les Thermes era la localidad que acogía la salida de esta etapa. Casi sin tiempo de calentar la carretera ya se empinaba. El primer puerto, el Pradel, coincidía en sus primeros kilómetros con otras cumbres, como el Chioula o la vertiente amable del Pailheres. Después de un primer tramo con algo de tráfico, el pelotón tomó el desvío del puerto entrando en un paisaje más bucólico donde los vehículos de motos casi desaparecerían por completo.

IMG_20170617_114745La recompensa tras un buen rato de ascenso fue coronar entre otros grupos de ciclistas que permitieron compartir experiencias y sufrimientos antes de iniciar el descenso.

 

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El primero de los dos colosos ya estaba en el saco, pero faltaba el «hors categorie» de la jornada, el temible y precioso a partes iguales Pailheres. La conexión entre las dos subidas se realizó por carreteras estrechas enmedio de campos de siembra y pueblos diminutos. De hecho, de pequeños que eran no fue posible realizar el avituallamiento en ninguno de ellos, y cuando el pelotón empezaba a temer el tener que enfrentarse al siguiente puerto a base de barritas y plátanos, una gasolinera con restaurante permitió el ansiado descanso del guerrero.

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Con fuerzas repuestas, bidones llenos y la moral por las nubes, nada había ya que pudiera interponerse entre nuestros héroes y la cima del Pailheres. Tan sólo un buen número de kilómetros a un porcentaje que infundía respeto.

IMG-20170617-WA0033El Pailheres no decepcionó a nadie. Largo, duro y precioso. Especialmente en esas zonas donde es posible ver tramos de curvas que se han ido dejando atrás. El final, además, con un prado lleno de caballos y algunos turistas, es el broche final para una ascensión que podriá ser catalogada como una de las más bonitas que se puede realizar.

IMG_20170617_165841El descenso hacia Ax les Thermes, que debía ser una fiesta tras la faena hecha se convirtió en una tortura por los arreglos que se están realizando en esa carretera.

Pese a ello, la grupeta no tuvo problemas para alcanzar la meta, darse una buena ducha y recuperar fuerzas con algún que otro alimento prohibido.

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La última etapa de este Tour llevaba al pelotón a iniciar la marcha en Foix. Un recorrido mucho más amable que, pese a todo, también escondía alguna sorpresa en forma de tachuela, lo cual sumado al desgaste que ya padecían las piernas y otras partes nobles, dieron como resultado un trayecto que no podía calificarse como fácil.

El puerto de la jornada era el que ascendía hasta el castillo de Montsegur, sin excesivo kilometraje pero con unos porcentajes más que respetables. Pese a todo, tras la épica del día anterior, el pelotón no tuvo mayores problemas para coronar.

Seguidamente el grupo se dispuso a bajar y llanear como no lo había hecho en días precedentes. La presencia de más vehículos de motor, tras dos días de casi no sufrirlos, enturbió algo la ruta pero no evitó la llegada a la meta de los esforzados ciclistas. Allí les esperaba la tradicional comida de fin de Tour en el McDonald’s de turno, donde se pudieron comentar las anécdotas de esta vuelta por etapas que, en su primera edición, ha sido todo un éxito.

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Quebrantahuesos

FACELlevo días intentando realizar una crónica de lo que vivimos el fin de semana pasado en la Quebrantahuesos. He empezado de mil maneras diferentes. La primera que me vino a la cabeza era algo así como «si los árabes van a La Meca y los cristianos a Tierra Santa, un cicloturista tiene que ir a la Quebrantahuesos…» sí, demasiado mística. También intenté iniciarla haciendo énfasis en el factor metereológico, pues descubrí que tras cuatro meses más atento a la información del tiempo que a la deportiva, volvía a mirar al cielo sin ninguna preocupación, pues ya todo había pasado. Incluso pude haber «copiado» alguna de las cientos de crónicas que hemos leído en los últimos meses, de esas que empiezan con «el despertador sonó a las 5 de la mañana, desayunamos tostadas con un café y nos encaminamos al lugar de salida, que ya estaba lleno de ciclistas».

Supongo que todas las opciones hubiesen sido válidas y ninguna incierta, pero no me acabé de decantar por ninguna de ellas. En todas encontraba a faltar algo de las otras y la ocasión merecía no dejar nada en el tintero. Así que no entraré en detalles secundarios, como esa rueda delantera del coche que decidió pincharse a su paso por Monzón, donde comimos y paseamos por un polígono industrial que no sale en ninguna guía turística. O esa zona de aparcamiento en Sabiñánigo que sí que era zona, pero no de aparcamiento. O ese restaurante que no fue elegido pero sí acertado en el mismo centro de Jaca, donde nos quedamos la única mesa no reservada para degustar el preceptivo plato de pasta que todo aspirante a Quebrantahueso tiene que comer la noche antes de la prueba. O ese hotel que vio como por un día todos sus huéspedes se subían a la habitación a una compañera muy delgada y con ruedas.

No, la Quebrantahuesos merece otras lecturas. Como aquella que convierte por un día a toda persona ataviada con un casco y un culotte en hermana de todas aquellas que visten como ella. O aquella que te descubre que, todavía hoy, hay gente que dedica su tiempo altruístamente a hacer funcionar un evento que reúne a más de 11.000 personas más sus acompañantes. O aquella que te hace descubrir lo placentero que es sufrir, superarse, salir de esa zona de confort en la que vivimos el día a día. Entre todo ésto y entre mucho más transcurre una jornada que se convierte en inolvidable. Llena de nervios en el inicio, de adrenalina en las bajadas, de respiraciones toscas y pulsaciones altas en las subidas, de miradas de complicidad en los relevos, de satisfacción al avistar el último alto de la jornada, de temor al contemplar a un compañero atendido en una cuneta, de orgullo al ser animado camino de la meta, de tu meta.

Maillots de un sinfín de colores y diseños, nombres de clubes creados con más imaginación que muchos cuentos infantiles («no subo ni p’atrás», «los tutes, pedalea o revienta»…), el asfalto convertido en un mercadillo inmenso de guantes, manguitos y bidones que han ido perdiendo sus propietarios, y también de envoltorios que no pudieron ser guardados hasta hallar una papelera en la llegada. Conversaciones en la llegada sobre porcentajes, desarrollos, tiempos, colas… bronceados selectivos, olores de los calentadores de principio de la mañana convertidos en aroma a sudor. Todo ello da forma a la Quebrantahuesos, que sí, no sería lo mismo sin las carreteras por las que transita, pero seguramente las carreteras tampoco serían lo mismo sin la Quebrantahuesos. Esa sensación que puede tener un aficionado al futbol de jugar en el campo de su equipo favorito, con las gradas animándole… esa es la sensación que se percibe desde encima del duro sillín. Porque sí, no cabe duda que el recorido puede hacerse el día que a uno más le apetezca, pero eso, estoy seguro, no es la Quebrantahuesos.

Pese a que llegar a lo alto del Somport siga siendo un hito que se hace eterno de alcanzar. Pese a que la masificación entre la que se asciende el Marie Blanque muchas veces no permita coger el ritmo regular que sus rampas sostenidas de más del 10% pedirían. Pese a que los casi 30 kilómetros del Portalet sean un desafío individual entre la montaña y tú. Una Quebrantahuesos que ha sido durante los ultimos 6 meses la razón de muchos madrugones, la de la desesperación al ver por enésima vez al cielo descargando agua, la de rodar y rodar buscando tener el máximo fondo posible para no morir en un intento que quizá no se vuelva a repetir. Una prueba que todavía hoy, una semana después me quita el sueño por encontrar imágenes, más crónicas, sensaciones vividas por más participantes, como quien no quiere cerrar todavía la puerta a un sueño del que ya debería haber despertado pero que me sigue arrullando en sus brazos. Todo ésto y mucho más es la Quebrantahuesos.