Jugando a ser ciclista

Dentro del amplio mundo de las personas que salen en bicicleta de carretera hay un grupo, más o menos grande, a los que nos hubiera encantado correr un Tour, una Vuelta, una Flecha Valona o un Mundial. Digo «nos hubiera encantado», no que tengamos cualidades para ello, ni que entrenemos lo suficiente, ni que estemos dispuestos a sacrificarnos como deberíamos.

Así pues, entre esos factores, la edad que ya no acompaña para que nos eche el ojo ningún equipo ProTour ni la escuela de ciclismo del barrio, y otras responsabilidades como el trabajo o la familia, para la mayoría de nosotros la única opción de sentirte como un ciclista de esos que salen por la tele es participar en alguna marcha cicloturista.

En esos eventos generalmente se puede rodar a ritmo libre, lo que se traduce en que hay gente que va muy rápido y gente que se lo toma con toda la tranquilidad del mundo. Y enmedio de ambos, la mayoría. Una mayoría que por un día se pone dorsal, siente algún nervio antes de la salida, intenta coger ruedas buenas que le permitan ir rápido sin gastar excesivamente, se plantea el puerto de turno como si fuera el decisivo de una gran prueba, relevos, posiciones aerodinámicas en las bajadas, hachazos en las subidas… sintiendo esa adrenalina en su cantidad justa para disfrutar sin riesgos.

Porque sí, porque de vez en cuando a uno le apetece imaginarse siendo aquello que nunca podrá ser. El decorado: el mismo que usan los profesionales. El pelotón: con tanta gente que hay de todos los niveles de forma y ritmo. La organización: conocedora de lo que le gusta a los que vamos a su prueba, que no es otra cosa que jugar a ser ciclista.

 

EnaMURado…

Cervera es una de esas ciudades que conocía por referencias como «La Passió» que escenifican en Semana Santa o por ser la cuna de los hermanos Márquez, esos alegres muchachos que no se cansan de ganar carreras en el mundial de motociclismo.

Ahora ya tengo una nueva referencia por la que siempre la recordaré: la Clásica de los MURS de Cervera. Una marcha cicloturista que, organizada por un club de la ciudad, ciuda todos los detalles hasta el punto de no tener nada que envidiar a aquellas que montan empresas especializadas. Al contrario, en Cervera tienes todo lo que te podría ofrecer una de esas marchas que tan de moda se han puesto, especialmente a golpe de márketing, y además de ofrecen, te regalan un trato humano de esos que cada vez cuesta más encontrar.

La sonrisa en la cara de los voluntarios y voluntarias desde que está amaneciendo en la recogida de dorsales hasta que a media tarde siguen repartiendo macarrones con tomate y «pa amb tomàquet» con embutido. La actitud en los avituallamientos de personas que se notan que han estado en el otro lado, que saben lo que quiere el cicloturista, que tanto te rellenan el bidón como te aconsejan como afrontar el próximo tramo según sea el terreno o el viento que te vayas a encontrar. Eso no lo pagamos en la inscripción básicamente porque es impagable.

Con 700 participantes esta misma semana llegaron cupo que habían previsto como máximo. Una cifra que podría parecer pequeña en otras grandes marchas pero que en Cervera es clave para no sobredimensionar la prueba y poder atender a quienes participan de la mejor manera posible: con detalles como el café con bizcocho a primera hora de la mañana, con avituallamientos donde los últimos clasificados pueden comer y beber lo mismo que los que han llegado antes y con una zona de comida final sin estrecheces ni colas y con un menú más que digno.

El recorrido es simplemente espectacular. Prometen algo diferente, no esos puertos largos que siempre buscamos sino muros, al estilo de las clásicas del norte, y vaya si cumplen lo prometido. 18 en el caso de la marcha larga, 9 en la corta. Como es difícil memorizar la situación y dureza de cada uno de ellos además entregan una pegatina que poner en el cuadro para que siempre te puedas situar. Otro detalle que agradecer, y ya van…

Carreteras en su mayoría desiertas, cruces señalizados y con más voluntariado, la policía vigilante y echando todas las manos que pueden… hasta la climatología, tan cambiante en los últimos días, se apunta a participar de esta fiesta del cicloturismo.

Soy de los que en las encuestas de valoración acostumbro a poner un 9 cuando algo me ha gustado mucho, porque entiendo que la excelencia cuesta alcanzarla. A los Murs de Cervera le pongo un 10.

La Pedals de Clip o El «infierno» del Penedès

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Fotografia de SiSu Gra Vi

Pese a que pueda no gustar, cuando todos los meteorólogos coinciden en su previsión, pocas veces fallan. Incluso las aplicaciones del móvil llevaban avisando toda la semana, pero había algo, posiblemente alejado de todo raciocinio, que empujaba a creer que todos y todo se equivocaban. Que ese domingo de vuelta al pasado, el que hace recuperar maillots míticos y bicicletas clásicas, que no viejas, no podía ser empañado por la meteorología.

IMG_20180408_131713La mañana, o madrugada, empezaba bien. La salida rumbo a Sant Martí Sarroca en coche se hace sin agua, que no sin nubes, y un atisbo de esperanza se abre en el horizonte. Desgraciadamente, conforme más cerca estamos de la línea de salida, más se encapota el cielo y las primera gotas hacen su aparición.

Al ir a recoger el dorsal y material la lluvia ya no disimula su presencia. Hay llamada a la reflexión mientras las gotas, de vez en cuando con bastante violencia, golpean la carrocería del coche. Se echa de menos poder tener a mano una margarita que deshojar mientras se recita un improvisado «se sale, no se sale, se sale…».

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Fotografia de SiSu Gra Vi

Finalmente la filosofía, que no valentía, ocupa su lugar. En caso de no salir el día será triste y más aún el recuerdo eterno. En caso de salir, la historia de esta jornada podrá ser contada, con sus exageraciones correspondientes, a amistades, familiares y todo aquel que se atreva a preguntar. Así que, chubasquero cerrado y gorra calada, hacia la salida que vamos.

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Fotografia de SiSu Gra Vi

De los más de 300 inscritos, parece que la mitad han decidido no mojarse. Gente inteligente quizás. Pero nada más empezar, todo pasa. El agua casi no se nota. El frío irá marchando con el pedaleo. Las nubes ya no parecen tan grises. El buen humor reina entre los participantes y la velocidad es la perfecta para no correr riesgos. Ni siquiera el tener que atravesar una pequeña riera hace perder el buen humor. Al poco rato, primera disyuntiva: ¿sterrato o puerto? Como le temo más a un pinchazo que a una cuesta, vamos a por el recorrido escarpado y también algo más largo. Además, esas carreteras del Penedès, sin casi tráfico, son una delicia para los sentidos.

Jordi PratsEl pequeño puerto de Font-Rubí permite comprobar como de acertado es montar un casete con un piñón de 28 dientes. Pese al plato de 42, la comparación con otros ciclistas que sufren y sufren para poder mantener una cadencia óptima es suficiente para dar por buena la inversión. Una vez en lo más alto, empieza el descenso y el diluvio… Afortunadamente sólo es agua. Así que sin prisas nos acercamos al primer avituallamiento de la jornada, el el kilómetro 30 en el Pla del Penedès, donde se podrá degustar la típica coca garlanda, un placer para los que nos gusta el dulce.

Ya nos hemos ventilado la mitad del recorrido escogido y ahora nuestro próximo objetivo es llegar a las Bodegas Torres. El camino hacia ese punto permite rodar entre viñedos en un paisaje precioso, que con sol es simplemente espectacular.

IMG_20180408_121231Ya sin puertos de por medio, y sin afortunadamente pinchazos, se llega a buen ritmo hasta la segunda pausa. Allí nos espera un bocadillo acompañado por una copa de vino blanco en un entorno idílico. Es el lugar perfecto para hacer fotos y más fotos. Curiosear entre bicicletas preciosas, descubrir personajes singulares, bromear con todo y de todo. El último tramo es el más corto. Es aquel que nos devuelve a Sant Martí Sarroca, a la cima de su castillo, tras una breve subida de poco más de un kilómetro. Ese último momento para disfrutar de lo realizado o, por qué no, para dejar las últimas energías en sus rampas.

 

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Fotografia de SiSu Gra Vi

En el interior del castillo se respira aire sano. La lluvia ya hace rato que marchó hacia otro lado. Revolver entre maillots antiguos y material clásico es una de las últimas obligaciones de estos ciclistas que, una vez al año, homenajeamos a un ciclismo de otro tiempo que nunca se fue.