El Tour de l’Ariège

El tercer fin de semana de junio se realizó en tierras francesas la primera edición del Tour de l’Ariège, una vuelta de tres etapas que debía llevar a los participantes a subir puertos tan míticos y exigentes como el Plateau de Beille o el Pailheres.

Cuatro fueron los ciclistas que se embarcaron en esta iniciativa, con máquinas de carbono o aluminio, agua o bebida isotónica y plátanos como principal sustento para combatir las duras rampas a las que se iban a tener que enfrentar.

IMG-20170616-WA0014La primera jornada partió del pueblo de Bestiac, en plena Route des Corniches, rodando por una carretera desierta y paisagísticamente preciosa, que llevó a nuestros valientes hasta un descenso que desembocaba en Les Cabanes, punto de inicio del «coco» del día, el Plateau de Beille.

 

20090410-003-Plateau-de-Beille-Ariege-Pyrenees-Este coloso tiene como principal característica una dureza que se mantiene inalterable para bien y para mal. No hay porcentajes imposibles pero tampoco descansos. Pese a todo, con constancia y bastante calor, los corredores fueron alcanzando la cima, que se caracteriza por ser un aparcamiento gigante de una estación de esquí sin demasiada gracia.

IMG_20170616_155856Pese a que parecía que lo peor ya había pasado, el libro de ruta guardaba una nueva emboscada a la grupeta. Se trataba de ascender nuevamente a la Route des Corniches por la sinuosa carretera que anteriormente se había bajado. Algo más de cuatro kilómetros que se hicieron eternos y que, teniendo en cuenta los horarios de restauración franceses, provocaron que los ciclistas se presentaran en culotte al restaurante donde debían reponer fuerzas.

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La segunda jornada era la etapa reina de esta edición. Dos puertos de entidad, kilometraje extenso, más calor… Todo ello obligaba a acumular energías en el desayuno antes de iniciar la marcha.

IMG-20170617-WA0013Ax les Thermes era la localidad que acogía la salida de esta etapa. Casi sin tiempo de calentar la carretera ya se empinaba. El primer puerto, el Pradel, coincidía en sus primeros kilómetros con otras cumbres, como el Chioula o la vertiente amable del Pailheres. Después de un primer tramo con algo de tráfico, el pelotón tomó el desvío del puerto entrando en un paisaje más bucólico donde los vehículos de motos casi desaparecerían por completo.

IMG_20170617_114745La recompensa tras un buen rato de ascenso fue coronar entre otros grupos de ciclistas que permitieron compartir experiencias y sufrimientos antes de iniciar el descenso.

 

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El primero de los dos colosos ya estaba en el saco, pero faltaba el «hors categorie» de la jornada, el temible y precioso a partes iguales Pailheres. La conexión entre las dos subidas se realizó por carreteras estrechas enmedio de campos de siembra y pueblos diminutos. De hecho, de pequeños que eran no fue posible realizar el avituallamiento en ninguno de ellos, y cuando el pelotón empezaba a temer el tener que enfrentarse al siguiente puerto a base de barritas y plátanos, una gasolinera con restaurante permitió el ansiado descanso del guerrero.

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Con fuerzas repuestas, bidones llenos y la moral por las nubes, nada había ya que pudiera interponerse entre nuestros héroes y la cima del Pailheres. Tan sólo un buen número de kilómetros a un porcentaje que infundía respeto.

IMG-20170617-WA0033El Pailheres no decepcionó a nadie. Largo, duro y precioso. Especialmente en esas zonas donde es posible ver tramos de curvas que se han ido dejando atrás. El final, además, con un prado lleno de caballos y algunos turistas, es el broche final para una ascensión que podriá ser catalogada como una de las más bonitas que se puede realizar.

IMG_20170617_165841El descenso hacia Ax les Thermes, que debía ser una fiesta tras la faena hecha se convirtió en una tortura por los arreglos que se están realizando en esa carretera.

Pese a ello, la grupeta no tuvo problemas para alcanzar la meta, darse una buena ducha y recuperar fuerzas con algún que otro alimento prohibido.

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La última etapa de este Tour llevaba al pelotón a iniciar la marcha en Foix. Un recorrido mucho más amable que, pese a todo, también escondía alguna sorpresa en forma de tachuela, lo cual sumado al desgaste que ya padecían las piernas y otras partes nobles, dieron como resultado un trayecto que no podía calificarse como fácil.

El puerto de la jornada era el que ascendía hasta el castillo de Montsegur, sin excesivo kilometraje pero con unos porcentajes más que respetables. Pese a todo, tras la épica del día anterior, el pelotón no tuvo mayores problemas para coronar.

Seguidamente el grupo se dispuso a bajar y llanear como no lo había hecho en días precedentes. La presencia de más vehículos de motor, tras dos días de casi no sufrirlos, enturbió algo la ruta pero no evitó la llegada a la meta de los esforzados ciclistas. Allí les esperaba la tradicional comida de fin de Tour en el McDonald’s de turno, donde se pudieron comentar las anécdotas de esta vuelta por etapas que, en su primera edición, ha sido todo un éxito.

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Un paseo por los Alpes

Salimos de Terrassa hacia las 10 de la mañana rumbo hacia el objetivo de la temporada, los míticos Alpes franceses, esas montañas que tantas veces hemos visto subir a los profesionales del pedal. Entre el equipaje destaca un cargamento de plátanos que bien podría satisfacer a toda una comuna de chimpancés, además de 16 litros de agua y, como no, las bicicletas.

OLYMPUS DIGITAL CAMERAEl viaje se hace bajo un sol de justicia, nada parecido a lo que dicen las previsiones que nos encontraremos cuando lleguemos a nuestro destino. Éste lo alcanzamos tras siete horas de viaje donde no se han dejado de suceder las bromas, batallitas y muestras de respeto que se tienen hacia los colosos a los que habrá que enfrentarse. Hemos llegado a Le Bourg d’Oisans, a pie de Alpe d’Huez, el mito de los Alpes, una de esas muescas que todo globero enfermo de ciclismo quiere tener en su revólver.

OLYMPUS DIGITAL CAMERALa ascensión en coche a la estación de esquí, que es donde tenemos el hotel, ya nos da la primera idea de lo que encontraremos al día siguiente. Esas 21 curvas numeradas y con los nombres de los vencedores empiezan a meterte un no sé qué en el cuerpo, entre ganas de empezar a devorar kilómetros y la duda de si se está lo suficientemente preparado para ello.

 

IMG_20160617_190759Alpe d’Huez, la estación, es un parque temático dedicado al mundo de la bicicleta. Especialmente cuando no hay nieve que esquiar, claro. Debe ser uno de los lugares con más tiendas dedicadas al ciclismo por metro cuadrado, con maillots que por poco menos de 100 euros te recordarán toda la vida que tú subiste aquel coloso, o no.

Aparte de esos comercios, el lugar está semi-desierto. La mayoría de hoteles y restaurantes están cerrados. Las pocas personas que merodean por el lugar tienen pinta de llevar la bicicleta atada en el coche. Aún así encontramos un lugar correcto para cenar antes de intentar descansar el máximo de horas posibles antes de la jornada del día siguiente.

IMG_20160618_212042El dia D se despierta con el tiempo cogido con pinzas. Sin lluvia, sin grandes nubes, pero con la certeza de que a los casi 2000 metros que estamos el cambio puede suceder en pocos minutos. Pese a todo, lo que más preocupa de las previsiones no es el agua, sino el frío que podamos encontrarnos en lo alto del Galibier, a más de 2.500 metros, que en combinación con el agua nos puede suponer algún que otro quebradero de cabeza.

Éste es el principal tema de conversación durante el desayuno y en el taxi que nos lleva hacia Saint Jean de Maurienne. Anteriormente ya hemos estado haciendo cábalas sobre la ropa que hay que llevar, que no puede ser toda, pero que tampoco puede ser poca. El viaje hacia la salida de esta etapa nos lleva a ascender el Glandon-Croix de Fer por un valle precioso. Una vez en lo alto, el descenso de 30 kilómetros nos parece tan adecuado que finalmente decidimos cambiar el recorrido previsto. Desharemos en bicicleta lo que hemos hecho en taxi, o sea, subiremos la Croix de Fer desde Saint Jean de Maurienne, descenderemos hasta Allemont y de allí hacia Le Bourg d’Oisans, donde nos esperará el Alpe d’Huez.

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Los puertos en los Alpes son duros, sí, pero además son largos. Tan largos como de 30 kilómetros. O sea, que piden paciencia y contención de fuerzas. Y con esas premisas empezamos la ascensión. El tiempo, que hasta el momento respetaba, decide sacar la manguera para rociarnos con una fina agua que hace que tengamos que echar mano de la ropa de más que transportábamos.

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La subida nos la tomamos con mucha filosofía, ayudados además por un par de zonas de descanso que hacen que los kilómetros pasen deprisa. Pese a todo, el arreón final del puerto es serio. Una dureza que se combina con la majestuosidad de las montañas que nos contemplan, un espectáculo difícil de explicar. Enteros, más quizá de lo que podríamos pensar al inicio, coronamos la Croix de Fer en el mismo momento en qué la lluvia sube de intensidad. No nos queda más remedio que entrar en el único bar que hay en la cumbre a tomar un merecido café caliente y reordenar las imágenes que nuestra mente todavía está asimilando.

IMG_20160618_131552 (1)Un poco rehechos del primer esfuerzo es momento de coronar el Glandon. Suena épico, pero no lo es. De hecho no hay más de 2 kilómetros entre una cima y la otra. Pero queda bien sumarlo a la lista de puertos conseguidos. Allí, foto de rigor y hacia abajo. Desde Allemont hasta Le Bourg d’Oisans hacemos toda una demostración de como se pasa a relevos… o quizá no, pero lo importante es que llegamos al pie del gran objetivo de la jornada bastante enteros, o sea, para disfrutarlo y sufrirlo a partes iguales.

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Y es que Alpe d’Huez es diferente. Habitualmente en una subida se descuentan los kilómetros, pero en esta lo que se descuentan son las curvas que quedan, que además están numeradas en orden inverso. Esto tiene su gracia y su trampa, pues si bien hay curvas que estan separadas por unos pocos cientos de metros, también las hay que tiene entre ellas un par de kilómetros.

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El calor del inicio del puerto se va tornando en un aire más frío que se combina con una fina lluvia que acompaña durante toda la ascensión. Por delante, por detrás, ciclistas como nosotros, de uno en uno, van cumpliendo sueños, derrotando a la bestia o simplemente compartiendo con ella un buen rato de esos que proporcionan aquello conocido como la felicidad. En lo más alto, la recompensa de la satisfacción, del objetivo cumplido, del saber que espera una ducha caliente y una cena que compensará todas esas horas a base de barritas y geles energéticos y, como no, de plátanos.

Y llega el domingo. No somos profesionales, ni semi-profesionales. De hecho, a veces tenemos dudas sobre si llamarnos ciclistas. Es por ello que hacer ruta dos días consecutivos nos da un poco de respeto. Las piernas aún están cansadas por el esfuerzo del día anterior y pese a que las previsiones dicen que allá donde tenemos marcada la X del próximo objetivo va a hacer sol, las excusas se suceden para ahorrarnos el trago.

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Pero como somos inquebrantables y el que conduce el coche está convencido de que hay que ir, pues se va. Así que tras cerca de tres horas aparcamos en Bedoin, un pueblo precioso conocido por ser la salida de  la ascensión más popular de la Provenza: el Montventoux, que traducido vendría a ser “el Monte Ventoso”.

Mientras preparamos las bicicletas llega un ciclista que ya ha hecho la subida y nos indica que “on the top, the wind is very dangerous”. Como si una ráfaga de viento nos fuera a amilanar a nosotros, que somos leones…

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Así que empezamos a subir, bajo una temperatura perfecta, el sol que va apretando, algo de aire… y cruzándonos con multitud de ciclistas que han llegado hasta ese punto sólo para subir la misma montaña, pues en los alrededores no hay nada parecido. El paisaje está inicialmente salpicado con viñedos y cerezos, para pasar en pocos kilómetros a un tupido bosque que pese a todo no logra detener algunas rachas de aire que pregonan lo que nos encontraremos algo más arriba. La ascensión total son unos 23 kilómetros, todos de porcentaje considerable, pero la precaución con la que los afrontamos hacen que se vayan superando poco a poco. Así, de esta manera, incluso quienes no daban mucho por sus fuerzas y habían llegado a insinuar una posible retirada, coronarán al Gigante de la Provenza.

IMG_20160619_140308Para hacerlo tendrán previamente que enfrentarse a unos últimos 7 kilómetros infernales. El bosque se ha volatilizado de pronto y enfrente sólo hay piedra blanca, paisaje lunar, vistas impresionantes, una torre de comunicaciones que marca el final de la ascensión y, ahora sí, un viento “very dangerous”. Finalmente, pese a todo, se alcanza la cima. Pero lo peor está por llegar. El descenso con el viento da mucho miedo. Un pie fuera del pedal, llevando la bicicleta casi parada… los temblores no se sabe si son de frío o de pánico… pero con paciencia se alcanza la zona boscosa y de allí hasta el coche todo es más llevadero.

Una vez motorizados nuevamente sólo nos queda un hándicap por superar: encontrar un lugar para comer en Francia a las 4 de la tarde. Por suerte la globalización ha puesto un McDonald’s en Orange que hace que podamos realizar las casi 5 horas que nos quedan hasta casa con el estómago lleno. Unas horas en las que se confunden batallas vividas las últimas horas con sueños que quedan por cumplir y qué, quien sabe, quizá se vuelvan pronto realidad.

Mont Ventoux

IMG_20160619_140308«In the top, the wind is very dangerous!» Nos lo dice uno que acaba de bajar y que ha deducido, correctamente, que nuestros últimos preparativos son para lanzarnos a coronar el  gigante de la Provenza. Tampoco tiene mucho mérito, pues desde Bedoin no hay alrededor nada más que sea apetecicle ciclistamente hablando. Pero después de la pequeña paliza en coche y viendo que el día es de sol y calor, hay que subir los 25 kilómetros sí o sí. Aunque haga «algo» de viento.

Esta zona de la Provenza es preciosa. Sin duda debe acoger cientos de turistas, pero el número se incrementa con los que llegan decididos a desafiar a una de esas cumbres míticas del ciclismo. Una de las favoritas de los organizadores del Tour de Francia. Con sus cerezos en los primeros kilómetros, sus bosques en el transcurrir de la ruta, su parte más descarnada en el último tercio de la ascensción y, como no, el viento que acompaña toda la ruta, pero que se hace más presente cuando los árboles ya han desaparecido del recorrido. Un trayecto de esos en los que hay que poner un ritmo constante para poder disfrutar del puerto y asegurarse de poder corornarlo.

Compartir carretera con decenas de ciclistas que tienen el mismo objetivo siempre ayuda. Pese a tener que llevar cada uno su propio ritmo, la sensación de acompañamiento se agradece mucho. Algunos de los que nos encontramos llevan su propio equipo de auxiliares, o sea, familiares en coche que van siguiendo la apuesta de ese marido, mujer, abuelo o hijos que han decidido echarle un pulso a la bestia. Se paran cada pocos kilómetros para animar, dar agua, comida… incluso algún empujón si la cosa se pone seria.

Y es que la parte final, aquella donde la montaña se asemeja a una zona más propia de la luna que de la Tierra, la dificultad aumenta sensiblemente. No por los porcentajes, que se mantienen duros por igual, sino por la fuerza del viento, que empuja como no lo ha hecho antes. Así, es allí donde la lucha por avanzar metro a metro es más titánica, aunque la visión de la cumbre ayuda a no dejarse vencer. De hecho, quizá es más complicada esa zona de bajada, pues el viento obliga casi a descender a la mínima velocidad para asegurar no ser enviado a la ladera de un soplido.

No es de extrañar pues esa predilección de los cazadores de cumbres de tener este recuerdo en sus alforjas: kilómetros, porcentaje, sufrimiento, elementos incontrolables de la naturaleza, misticismo… Mont Ventoux.