Angliru

2015-08-12 15.22.06Son la una y media del mediodía. Silencio. «Bienvenidos al Olimpo del ciclismo», reza el cartel que hay al inicio de la carretera que sale desde Riosa. Un niño, de unos 9 años, me tira el primer reto: «te echo un pique!». No hace falta, gracias, el «pique» lo tengo con la montaña. Durante 6 kilómetros voy calentando las piernas, con pendientes que en cualquier otro lugar darían respeto, pero que aquí no son más que un aperitivo. En el área de picnic de Viapará todo es precioso. Verde y más verde, caballos, vacas … incluso la niebla que se adivina en lo alto parece bucólica. Pero a partir de allí, como reza una pintada en el suelo, se inicia el infierno. Un infierno que sólo se supera con tres ingredientes: la seguridad de superarlo, fuerza y equilibrio. Estas dos últimas premisas son básicas para no poner el pie en el suelo en unas rampas que despegan hasta un 23% de desnivel. Los carteles de los kilómetros, que cada vez pasan más lentamente, informan de lo que espera. La soledad es absoluta. La rueda delantera hace rato que no sigue la línea recta, para amortiguar el desnivel y también para no pisar los souvenirs con los que las vacas obsequian a los visitantes. No hay prisa. Pedalada a pedalada se avanza metro a metro, llegando a las esperadas curvas donde poder aprovechar todo su recorrido para coger un poco de aire. La «Cueña de Las Cabras», la parte más dura, también queda atrás, y ya «sólo» quedan unos tres kilómetros con desniveles máximos del 20% …

2015-08-12 15.47.23Arriba no hay restaurante, ni bar, ni nada que no sean vacas en una explanada sin coches. La niebla, que hace rato que se ha convertido en el único paisaje, lo traga todo. Por suerte, unos excursionistas aparecen caminando e inmortalizan un momento que no estaba seguro de vivir. Las lecturas realizadas sobre el mito en las últimas semanas no daban la seguridad de poderlo vencer, pero ahora ya se puede decir que el reto está en el saco.